¿Por qué los niños son tan competitivos? ¿O no lo son?

Siempre he dado por sentado que los niños son competitivos por naturaleza, ¿a caso no lo es todo en nuestra sociedad?

 

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En los últimos años, hay un mensaje que se repite entre mis amistades ligadas a la educación: “Cada vez tenemos más niños que no conocen la frustración”; en su entorno reciben el mensaje de que son los más altos, los más guapos, los más listos, los que más saltan, los que más corren, los que más… los mejores, imbatibles. Estos niños no son capaces de aceptar que otros niños puedan correr o saltar más que ellos.

Así que, cuando me convertí en padre, me propuse evitar esta situación: “A veces dejaré ganar a mi vástago y otras tendrá que morder el polvo”, me dije. 

Y así ha sido. Cuando salimos a pasear le propongo hacer carreras, a veces a pie, a veces en bici. Le encanta lo del ¡una, dos y…. tres! Pero después le da exactamente igual llegar antes o después, no llegar o ni siquiera salir. El repite: ¡Más, más, más! -para que volvamos a contar, que es la parte que le gusta. He descubierto que si quiero que corra, lo único que tengo que hacer es: ¡hacerlo yo!. Eso sí, siempre que haga zigzag entre arboles o postes o que el recorrido incluya subidas y bajadas. No quiere competir, quiere jugar, aprender, compartir y esforzase en partes que le cuestan más. 

Pero no por ello me rendí. El siguiente nivel fue invocar al mítico arte del “pillao”. Así que empiezo a correr detrás de él gritando: ¡Qué te pillo! ¡qué te pillo! – ¿Sabéis lo que hace?. Pues efectivamente, si tardo mucho en pillarlo, va cada vez más despacio para que llegue. Se ríe a carcajadas cuando lo pillo y después repite su celebre: -“Más, más, más” 

Durante una cena familiar, su prima, que es algo mayor que él, cogió una bici y empezó a dar vueltas a la mesa donde estábamos comiendo. Mi vástago pidió su bici y empezó a correr detrás de la prima. La mitad de la familia gritaba enfervorecida a favor del más pequeño: ¡Corre, corre, que la pillas! La otra mitad de la familia insistía a la prima: ¡Más rápido, más rápido, que te va a pillar tu primo pequeño! -¿Os imagináis lo que sucedió?. La prima acelero, el pequeñajo aceleró, la prima cogió la curva “a ras” y el pequeñajo también, la prima derrapo, el pequeñajo casi se mata. La prima se agobio y paro, el paro detrás. No quería competir, era feliz siguiendo el camino que trazaba su prima mayor. Y de pronto se escucho: ¡Bieeeenn!, ¡más, más, más! 

Así que llegados a este punto, ¡no sé quién le esta enseñado qué a quién! 

Para pasar la cuarentena compramos el primer juego de mesa infantil familiar. El mítico “tragabolas” (bueno, su versión con cocodrilos). Le encanta jugar, cuando terminamos contamos las bolas que ha comido cada uno. El primer día me lo pase diciendo: “ha ganado”, “el ganador es”. Hasta que me di cuenta de que le da exactamente igual. 

Esto me ha hecho pensar que todos los juegos son competitivos, que hemos diseñado una sociedad competitiva y que llevo toda la vida pensado que eso era un rasgo humano. Hasta que un pequeño ser humano a venido a darme en la trompa con ello. 

Ahora hacemos circuitos con obstáculos, creamos cuentos con los legos, pintamos, jugamos a hacernos cosquillas, nos manchamos, nos mojamos y nos reímos. ¿Y sabéis lo mejor?, ¡todos ganamos todo el tiempo!

Puede que seamos más cooperativos que competitivos. Lo mismo la lucha contra la pandemia nos lo viene a decir. Pero… ¿Seremos capaces de aprenderlo y aprender a vivir de otra manera?

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